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Nuevamente compartimos con ustedes un texto del joven escritor mexicano Carlos Castillo Cruz (lemondenuit@gmail.com), quien realiza trabajo de investigación en el campo de las artes y las industrias culturales.

PEREGRINA

 Carlos Castillo (Alonso Quijano).

A Silvia, viajera incansable.

        Llegó con las impertinentes lluvias del verano. Su agradable presencia y la explosión multicolor de su vestimenta tropical, decoraron las grises paredes de los edificios citadinos. Las calles, humedecidas por un Tláloc inclemente, fueron testigos de sus pisadas presurosas para llegar a tiempo a su anhelada cita. Nada se lo impediría, ni siquiera el aguacero que caía como un torrente presuroso por ir a desembocar a un mar cercano. En esas condiciones hacer pie sobre el asfalto, de endurecido lomo, era un obstáculo a vencer. No obstante, Lya aceptaba con agrado el desafío: una promesa se cumple. Tarde, pero se cumple. No dejó su patria lejana, y seres queridos juntos, para ahora dejarse intimidar por un chubasco pasajero. En su interior, anegado de agua salada, había una flama que amenazaba convertirse en llamarada cada vez que recordaba el compromiso contraído consigo misma. Fueron largos ayeres esperados para ver cumplido su más sentido anhelo. Desde siempre deseó conocerlo en persona. Siempre le había amado en secreto. 

Llegó finalmente. Mojada de pies a cabeza se detuvo frente a un edificio de fachada barroca. Al momento de cruzar el portal principal sintió su presencia. En ese instante su corazón amenazaba saltar de su pecho y salir rodando por las escaleras. Al verlo, gruesas lágrimas de emoción rodaron por sus mejillas. Ahí estaba, sereno y apacible aguardándole con los brazos abiertos. De pronto, una sensación contradictoria le anudó la garganta impidiéndole pronunciar palabra alguna, en cambio, dobló sus rodillas y el peso de su penitencia descansó en la madera de la vetusta banca. Inclinó la cabeza con humildad y rezó con devoción frente al Cristo del Perdón. Sus penas pronto desaparecieron y una paz interna inundó su dolorido corazón. Todo estaba cumplido. El vuelo Caracas-Ciudad de México valió la pena. Nuevamente, en presencia de Nuestro Señor, se prometió ir, con alma y cuerpo completos, donde su corazón, y su inquebrantable fe, le dictaban. Su itinerario estaba trazado. Su destino, no del todo.

 
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Última modificación: 06 de Junio de 2009